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Noticias del Arzobispado Castrense

Charlas cuaresmales en la Catedral Castrense II

TU IMAGEN SEÑOR SOBRE MÍ,

BASTARÁ PARA CAMBIARME

Catedral Castrense. Madrid, 27-28 de febrero, 1 de marzo 2017

Guion de la Segunda Meditación:

Sordos, ciegos y paralíticos de la fe.

(Mc 7,31-37; Mc 10, 46-52; Lc  5, 17-26)

Oración preparatoria:

Oh Dios y Señor nuestro que eres la Palabra encarnada del Padre que abre todos los oídos, la luz de nuestros ojos, la fuerza que nos sostienes. Te pedimos, que nos envíes el Espíritu Santo para que con su gracia, podamos conocerte, amarte y servirte por todos los siglos de los siglos. Amen.

1. La sordera espiritual: la incredulidad. (Mc 7,31-37).

         a. Jesús está en territorio gentil. En ese escenario de la Decápolis, tiene lugar el milagro de la curación corporal de un sordomudo, que tiene una lectura espiritual. Lo primero que observamos es que está en una región que representa la incredulidad. Sin embargo, allí no se ha perdido toda la humanidad, porque son unos amigos o vecinos los que presentan a Jesús al sordomudo y les dice lo que tiene que hacer: “imponerle las manos” (v.32). Pero el Maestro, en su libertar no hace eso, sino que “lo aparta de la gente”. En esa relación personal habrá tres gestos creadores: “metió los dedos en las orejas” (v.33); “tocó su lengua” (v.33) y “mirando al cielo, suspiró” (v.34). Luego vendrá el asombro de la fe: “todo lo ha hecho bien, hacer oír a los sordos y hablar a los mudos” (v. 37).

         b. El encuentro con Dios es fruto de su gracia, de las mediaciones humanas y de la respuesta generosa por parte de la criatura. En ese sordomudo está representado el hombre increyente que es incapaz de escuchar la voz de Dios y de gritar la salvación. Esa imposibilidad le viene por dos motivos: por su pobreza personal de orden moral y espiritual y por la cultura envolvente hoy en día que tiene su “matriz” en el nihilismo, relativismo moral y secularismo atroz.

         c. Para recuperar el oído y el habla, es necesario que alguien fuera de él, tuviera poder para “desatar la traba” que lo impedía. El pecado es “la traba” que nos imposibilita escuchar a Dios y dialogar con los otros. Necesitamos  la gracia del Effetá (ábrete) para que “divulguemos” (testimoniemos) las maravillas del Señor que nos saca de nuestra “sordera espiritual”.

Conclusión: Cuando un pecado se queda crónico, debemos gritar “Señor desátame”, para que la incredulidad no toque mi alma. Francisco habla de invocar a la Virgen, Madre de la fe, que es la “Señora desata nudos”.

2. La fe salva el alma y el cuerpo. (Mc 10, 46-52).

         a. Estamos en la entrada de la ciudad populosa y mercantil de Jericó. Se escucha la turba de gente que acompaña a Jesús y a sus discípulos. Hay un mendigo ciego que es famoso (Bartimeo) que está: “al borde del camino”. Al escuchar  que llega el Profeta de Nazaret, no se lo piensa, y a pesar de que muchos lo increpaban para que no vociferara, de su corazón sale la exclamación más famosa de todo el evangelio: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” (v. 49), ello hace detener al Mesías, que lo hace llamar y le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?...Rabunni, que vea” (v. 50). El Maestro alaba su fe y en ese preciso momento recupera la vista. Ya el ciego ha dejado su “manto” al borde del sendero de su pobreza, ahora  puede andar por el buen camino de Jesús.

         b. El ciego de Jericó es el prototipo del discípulo que recobra la vista, es decir que llega plenamente a la fe y es capaz de asumir la cruz de cada día como el verdadero signo salvador para todo cristiano. ¿Por qué es modelo el ciego Bartimeo? Porque cuando Dios no es el centro de la vida, también nosotros somos “ciegos”, no percibimos su presencia, solo escuchamos los ruidos de la multitud del mundo, mendigamos toda clase de afectos y favores, para compensar esta ausencia fundamental, que es Dios. Para encontrarlo, tenemos que dar “el salto” a la conversión, dejar nuestras cosas (“el manto”) y gritar con todo el alma como dice el salmista: “Tu rostro buscare Señor, no me ocultes tu rostro” (Sal 26), “Señor tu eres mi luz y mi salvación” (Sal 27).

         c. ¿Cuáles pueden ser los obstáculos en el camino de la fe? Primeramente nosotros mismos, que no descubramos o no aceptemos nuestra indigencia originaria: “somos pobres pecadores”, no debemos orgullecernos de nada. Luego las cosas o personas que nos rodean que las convertimos en “dioses” y estos siempre piden servidumbre. Por último, a veces olvidamos que la fe es un don y que hay que pedírselo al Señor todo los días, gritando una y otra vez: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”.

Conclusión: Hagamos de esta imprecación de Bartimeo la oración del corazón. En ella, se reconoce a Cristo en su linaje humano, pero también como aquel que tiene poder para curar nuestra ceguera. Confesamos nuestra pobreza y nos acogemos a su “compasión y misericordia”. Esta tarde pedimos al Señor que no pase sin “detenerse”, para que nos pueda dar “la salud de alma y de cuerpo”. Para ello, aprendamos de la fe del ciego de Jericó, que superó todas las dificultades que le impedían acercarse al Señor.

3. Ver, sentir, proclamar y testimoniar las maravillas de Dios.

 (Lc 5,17- 26).

         a. Jesús se encuentra enseñando y tiene como auditorio a los fariseos y maestros de la ley venidos de diversos lugares de Israel. El evangelista Lucas dice que: “el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones”. Quiere decir, que Jesús, no actúa por su cuenta, sino en nombre de Dios y eso lo vemos a lo largo de todo el pasaje. Sanar el cuerpo y limpiar el alma únicamente estaba reservado a Yahvé. Es lógico que aquella asamblea, conocedores de la Ley mosaica, se revelara e hiciera malos juicios sobre el Maestro y Sanador de Galilea.

         b. Otro aspecto importante es que aquí, el paralítico, es sujeto pasivo de la acción solidaria de “unos hombres” que le llevan ante Jesús. Para ello, superan todas las dificultades que ponían el gentío, y por amor al que estaba en la camilla, buscan una solución pintoresca: “introducirlo por la azote” (v. 19). De ahí, que el Señor alabe la fe de estas personas que han tenido “compasión” con un hermano que no se podía valer. La acción del Señor, va de dentro hacia fuera. Primero, le perdona sus pecados y luego para mostrar que no es un blasfemo, porque entonces el poder de Dios no estaría con Él, sana al paralítico y le dice al público entendido que tenía delante: “Para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados – dijo al paralítico - A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla, vete a tu casa” (v.24).

         c. Un tercer elemento del texto lucano, es que la acción de purificación y sanación del paralítico produce admiración en todos y “daban gloria a Dios” (v. 26). Nos podemos preguntar: ¿también los fariseos y escribas se asombraron o siguieron con sus prejuicios? Más bien, el evangelista da entender que hasta los “más duros de corazón” pudieron experimentar el estupor o asombro ante la presencia de lo divino en la persona de Jesús de Nazaret. Hay que dejarse sorprender por la acción de Dios en nosotros, en las personas y en los acontecimientos. Cuando esto lo hacemos, dejamos de ser “sordos, ciegos y paralíticos de la fe”.

Conclusión: A lo largo de nuestra vida cristiana hemos podido ver y experimentar muchos signos divinos. También nosotros fuimos sordos y el Señor nos abrió los oídos para escuchar su Palabra, que ilumino las tinieblas de nuestros pecados y abrió nuestros ojos a su gracia salvadora. Todo ello, nos impulsa a ponernos en camino, dando gloria a Dios y proclamando sus maravillas. Como dice el Papa Francisco, “el cristiano siempre está en salida”, en camino, en un continuo éxodo hasta la vida eterna.

Para finalizar:

Oración a Cristo del Calvario

En esta tarde, Cristo del Calvario,

vine a rogarte por mi carne enferma;

pero, al verte, mis ojos van y vienen

de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,

cuando veo los tuyos destrozados?

¿Cómo mostrarte mis manos vacías,

cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,

cuando en la cruz alzado y solo estás?

¿Cómo explicarte que no tengo amor,

cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,

huyeron de mí todas mis dolencias.

El ímpetu del ruego que traía

se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,

estar aquí, junto a tu imagen muerta,

ir aprendiendo que el dolor es sólo

la llave santa de tu santa puerta.

Amén.

(Diego Velázquez y Gabriela Mistral)

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