La santidad cristiana, no nos saca de nuestras profesiones y deberes como ciudadanos, sino todo lo contrario, carga el corazón y la voluntad humana de una fuerza que vence todos los obstáculos: “Aún en la noche más oscura, surgen los más grandes profetas y santos” (Santa Teresa Benedicta de la Cruz).
Jesucristo les dijo a sus discípulos que alzasen sus ojos al Padre, fuente y origen de la santidad, para que caminasen por el camino de la salvación. El Obispo de Roma, en continuidad con el Evangelio, la Tradición, los grandes Maestros, el Concilio Vaticano II (cf. LG 11) y con sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, avanza con esta Exhortación en lo que se ha venido a llamar: democratización y pedagogía de la santidad a nivel personal y comunitario . “Se entiende, por lo tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, nadie está excluido, por lo cual, constituye el carácter distintivo de todo cristiano” .
La santidad de vida es el objetivo prioritario de la acción de la Iglesia en todos los tiempos. De ahí, que también los católicos que trabajan en las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado, están llamados a llevar una vida conforme a “la plenitud de la caridad” (1 Cor 13,13): “Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada sólo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (GE 14).
El objetivo que nos hemos trazado con esta carta pastoral es hacer resonar y encarnar en la realidad castrense las enseñanzas de la Gaudete et Exsultate. Somos conscientes de nuestro atrevimiento pero, con la ayuda del Señor, confiamos hacer llegar el magisterio del Santo Padre a nuestros militares, guardias civiles, policías, familiares y personal civil que trabajan en nuestras instituciones.
Lo primero que se percibe en este escrito del Papa, es el título tomado de la octava Bienaventuranza que revela la experiencia de santidad de los primeros discípulos que después de sufrir calumnias, insultos y persecuciones por causa de Cristo, conservan la alegría y el gozo por haber imitado a su Señor hasta en la cruz. Como en anteriores textos magisteriales la palabra y la noción de júbilo se hayan presentes. (cf. Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Laudato si, Veritatis Gaudium). Su estilo es: directo, claro, pastoral y espiritual, como nos tiene acostumbrados en todas sus actuaciones públicas.
La Exhortación, comprende una pequeña introducción y cinco capítulos. La primera parte trata de cómo la santidad de la Iglesia militante se encuentra en los “santos de la puerta de al lado”, aquellos que realizan “las acciones ordinarias de manera extraordinaria”, favoreciendo con su coherencia de vida a una sociedad más humana. El segundo capítulo aborda las dos falsificaciones de la santidad: “el gnosticismo y el pelagianismo”. Para uno la perfección de vida se mide por el grado de conocimiento que se tiene. En el otro caso, la santidad y la salvación eterna se conseguirían mediante la voluntad y el esfuerzo humano. El capítulo tercero es el central del documento: el carnet de identidad del cristiano es el sermón de las bienaventuranzas y el gran protocolo del capítulo 25 de Mateo, sobre el cual seremos juzgados. El capítulo cuarto está dedicado a resaltar algunas notas de la santidad en el mundo actual: “Aguante, Paciencia, Mansedumbre, Alegría, Humor, Audacia, Fervor”. Termina la reflexión presentando la vida cristiana como un “combate” contra las fuerzas del Maligno, en el que se debe estar “vigilante” y en constante “discernimiento”: “Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos” (GE 175). Es decir, también al soldado, marinero, guardia civil y policía tiene que llegar esta invitación: “Sed santos, porque yo vuestro Dios soy santo” (Lev 19,2; 20,26).
La Historia de la Iglesia pone de manifiesto cómo la llamada a la santidad del Evangelio, ha sido asumida y vivida de manera valiente y ejemplar por muchos cristianos pertenecientes a la milicia: Soldados Santos. Tampoco han faltado personas santas que en alguna época de sus vidas, vistieron el uniforme del ejército y desempeñaron las tareas propias militares: Santos que fueron Soldados.
El tema que abordamos de cómo ser santos ejerciendo la profesión militar en el siglo XXI, no es una cuestión forzada o tangencial, sino es certeza de que los “santos de la puerta de al lado” (GE 6) son también aquellos de los que decía Benedicto XVI: “Hay tantos hombres y mujeres de uniforme llenos de fe en Jesús, que aman la verdad, que quieren promover la paz y se empeñan como verdaderos discípulos de Cristo para servir a su propia nación favoreciendo la promoción de los fundamentales derechos humanos de los pueblos” .
El secularismo que nos acosa, basado en muchas ocasiones en prejuicios anticlericales trasnochados, infravalora la vida honrada y percibe una dicotomía entre la profesión militar y la vivencia religiosa, impidiendo ver lo positivo de la complementariedad de esta unión. La fe cristiana no está reñida ni con la milicia del pasado, ni con la moderna configuración de los ejércitos en las sociedades libres, plurales y democráticas de nuestro entorno cultural. Siguen teniendo actualidad aquellos conocidos versos de Calderón de la Barca: “la milicia no es más que una religión de hombres honrados”. La diferencia del soldado y el mercenario está en la subordinación de su tarea a unos valores y principios en los que prima el bien común sobre el interés personal, de tal forma que al final emerge el mensaje del Cristianismo de amor y servicio al prójimo.