TU IMAGEN SEÑOR SOBRE MÍ,
BASTARÁ PARA CAMBIARME
Catedral Castrense. Madrid, 27-28 de febrero, 1 de marzo 2017
Guión de la Tercera Meditación:
La fragilidad del discipulado misionero.
(Jn 1,35-51; Lc 9,57-62; Mc 14,26-31)
Oración preparatoria:
Oh, Dios, que nos enviaste al mundo a tu Hijo como luz verdadera, derrama el Espíritu prometido en el corazón de los hombres y suscita en ellos la respuesta de la fe.
1. El bautismo nos hace discípulos de Cristo. (Jn 1,35-51).
a. El anuncio del Evangelio nos llegó con los apóstoles y sus sucesores. Todo cristiano, como miembro vivo del nuevo pueblo de Dios, está llamado a proclamar ante el mundo la Buena Notica de Cristo, como discípulos suyos que somos: “Id por todo el mundo y predicar el Evangelio”. Esta tarea misionera es ineludible, en ella es muy importante las mediaciones, los testigos. En la vocación de los primeros discípulos que nos narra el evangelista Juan, lo primero que hace por medio del Precursor, es que aquellos primeros llamados sigan e imiten al “Cordero que quita el pecado del mundo” (v.38) que es Cristo, Hijo de Dios vivo. Esta imagen del cordero evocaba el sacrificio liberador de la pascua de Egipto, sacrificio que se repetía cada año en Jerusalén. El cuarto evangelista, hará coincidir el momento de la muerte de Jesús en la cruz con la inmolación de los corderos en el Templo. El discipulado misionero de todos los tiempos, no se predica a sí mismo, sino que debe anunciar de “palabras y obras”, al único que nos redime del pecado y muerte que es Jesucristo, verdadero cordero sacrificado y glorificado.
b. Por la fe y el bautismo, el cristiano es discípulo de Cristo y continuamente ha de seguir las “huellas” del Maestro que nos dice: “¿Qué buscáis…venid y lo veréis?” (v.38). No seguimos a una filosofía, a una moral o un conjunto de leyes, sino a una persona: “Rabí, ¿dónde vives?. Como aquellos primeros discípulos, tenemos que salir todos los días en busca del Maestro para vivir con Él nuestra existencia y después poder hablar a los hombres: ¿Quién es Jesús de Nazaret? Eso no se aprende por la simple ciencia humana, sino “conviviendo con Él”, teniendo “sus sentimientos”, y “haciendo el bien” a todos.
c. Ser discípulo misionero es nominal, es decir, va inscrito en nuestros “genes bautismales”. Nosotros en el siglo XXI, somos los nuevos: Juan, Pedro, Andrés, Felipe, Natanael. Cada uno tiene una elección personal y hemos escuchado “Ven y sígueme” (v. 43).
Conclusión: En toda acción evangelizadora, lo central y lo más importante es Cristo. El discípulo misionero ha de ser primero, un creíble imitador de Jesús, un enamorado de su Persona y de su misión salvadora.
2. El Señor es quien nos elige. (Lc 9,57-62).
a. Entonces decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día” (Lc 9, 23) ¿Cómo puedes traducir en tu vida esta consigna? ¿Estás en actitud de salida como dice el Papa Francisco? ¿En qué tienes que renunciar en esta Cuaresma? ¿Qué “nombre” tiene tu cruz? Únicamente salvamos nuestra vida cuando la vivimos en clave de “oblación” a Dios y “donación” al prójimo. Estos son los dos travesaños de la cruz de Cristo que configura la existencia cristiana: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?” (Lc 9, 25). No nos damos la vida y la felicidad nosotros mismos, ni tampoco, las riquezas y honores de este mundo pueden llenar el corazón humano. La fragilidad del discípulo misionero consiste en dejarse atrapar por los hombres, el mundo y la cosas y no vivir mirando e imitando a aquel que es el “camino, verdad y vida”: Jesucristo.
b. San Lucas, nos presenta diversos tipos de llamada y seguimiento a Jesús. Hay algunos que se ofrecen voluntariamente, pero el Señor les recuerda: “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (v.58). Eso quiere decir que no seguimos a un líder de este mundo con sus influencias y riquezas, sino a un Rey-Siervo “pobre y obediente”. Otros son llamados personalmente por el Maestro que le invita: “Sígueme” con la prontitud de no poder ni dar sepultura al padre, porque las exigencias del Reino están por encima de cualquier acto social por muy significativo que sea, como es “el enterrar a un padre” (v. 60) Un tercer grupo lo constituyen aquellos que son llamados a dejar a su familia de origen para entrar a formar parte de la familia de Jesús. La espiritualidad evangélica es exigente, no tiene nada de buenismo, así no romper con los lazos afectivos de aquellos que son de nuestra “raza y sangre” y anteponerlo al seguimiento es desplazar a Dios como único absoluto de la vida. Por eso mismo, puede sonar fuerte esta máxima del Evangelio: “si alguno viene a mí y no pospone a su padre, a su madre…incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26; cf. Mt 10,37). La aceptación de la llamada al discipulado requiere entrar en una “kenosis”, de negación de los intereses propios, afectivos, sociales y familiares, para vivir en exclusiva la vida de Cristo.
c. Esa “vida con el Señor” implica rechazar todo fanatismo, así como no instrumentalizar a Dios en beneficio propio. Solo se ha de vivir con el “estilo” de Jesús, caracterizado por cumplir la voluntad del Padre y la salvación de los hombres. Ello implica para el discípulo misionero, renunciar a la seguridad personal y vivir en la pobreza evangélica confiando en el Padre que no abandona a sus criaturas. Elegir a Jesús es también asumir radicalmente su “destino”. Si Él terminó en la cruz, el discípulo no es mayor que el Maestro y también será perseguido, pero sabe que el sufrimiento y la cruz por el Reino, es el camino seguro para llegar y participar en la resurrección del Señor.
Conclusión: Debemos decidirnos por seguir a Jesús de una forma total, definitiva y permanente. Nuestro seguimiento no debería ser intermitente, mezcla de síes y noes.
3. Llevamos este tesoro en “vasija de barro”. (Mc 14, 26-31).
a. En el inicio de la pasión del Hijo de Dios, vemos en Pedro el valor de la pobre decisión humana: “Aunque todos caigan, yo no” (v.29), luego todo sabemos cómo le negó tres veces y se quitó de en medio. Esto nos enseña que el seguimiento a Cristo es nuestro gran tesoro que se haya en el “barro” de nuestra debilidad humana que en cualquier momento se puede romper. El evangelio nos narra la traición de Judas (cf. Mc 14, 43ss), como también la de Pedro (Mc 14, 66ss). Los dos pecaron y apostataron: “no conozco a ese hombre del que habláis” (v.71). Sin embargo, la gran diferencia es que uno se arrepiente y llora (v.72) como es el caso de Pedro, y Judas toma conciencia de su gran pecado pensando y cree que la misericordia divina no puede perdonarlo y el mismo se autodestruye (cf. Mat 27, 3-10).
b. Estos son los misterios de Dios, que ha querido elegir a pobres hombres y no a ángeles para que seamos discípulos suyos. También los discípulos misioneros del siglo XXI tenemos nuestras tentaciones y pecados como lo tuvieron aquellos primeros discípulos. El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos habla de las “Tentaciones de los agentes pastorales” (nn 76 – 109): “Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí” (n. 78). El Obispo de Roma nos espolea constantemente a que “no nos dejemos robar el entusiasmo misionero” (v. 80), porque en el mundo contemporáneo hay muchos signos de la “sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa”, y continua diciendo: “En todo caso, allí estamos llamados a ser personas – cantaros para dar de beber a los demás. A veces, el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (n. 86)
c. En estos momentos sociales y eclesiales necesitamos sentirnos mirados por Jesucristo, como le pasó al primero de los apóstoles la noche de la traición: “El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro…salió fuera, lloro amargamente” (v. 61-62). Esto es lo que representa el título general de estas meditaciones: “Tu imagen Señor sobre mí, bastará para cambiarme”. Sintiendo esa dulce mirada del Maestro, lloramos nuestros pecados y nos lanzamos, como los apóstoles, a llevar esta Buena Noticia a todas las naciones, a cualquier ser humano que se encuentre necesitado en el alma y el cuerpo. Porque Jesús, nuestro redentor y salvador, ha venido a sanar los corazones afligidos de todos los hombres. Por ello, como dice Francisco: “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (EG 23).
Conclusión: La grandeza y a la vez la fragilidad de nuestra fe y del seguimiento al Señor, es que a pesar de nuestros pecados y debilidades, mayor es la misericordia divina que nos perdona y nos impulsa una y otra vez a “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio…La Iglesia no deja de asombrarse por la “profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rm 11,33)…Cristo es el Evangelio eterno” (EG 11).
Para finalizar:
Oración del Santo Padre Francisco
para el Jubileo Extraordinario de la Misericordia
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.